martes, 30 de abril de 2013

“Abrir el pasado, cambiar el presente: la experiencia de Latitud 28”, este jueves 2 de mayo



“Escalan las montañas y bajan a los valles, circulan por las medianías de la isla, y en la ciudad, se arropan en las barriadas, nutriéndose con la savia de las chabolas. Son hijos del silencio, pero su gesto no es adusto; en sus rostros florece la sonrisa, como en las frescas mañanas y las alegres tardes de cosecha. Son el esperado fruto: tornan el miedo en madura mies de solidaridad, y hacen del futuro, bandera de esperanza y libertad.” (Tony Gallardo)


Es una idea que parte del Foro Crítica y Sociedad, suma a la gente de la Escuela Libre de Teatro, y nos enriquece a todos. Está bien revelar que habrá poemas, pues lo vemos como un gesto de homenaje a ese movimiento social que reivindicó la cultura como elemento transformador, como un gatillo disparador de otras inquietudes, y acciones de mayor alcance. Hablamos de Latitud 28. Si Marifé Idoy y otros actores cómplices preparan ya la reanimación de sus versos, Davide Payser queda encargado de rescatar, en viva prosa –el texto de abajo es un adelanto–, la trayectoria de la que fue una experiencia colectiva de resistencia en todos los sentidos. Cualquiera está convidado, este jueves 2 de mayo a las 20:00 en el Café d´Espacio, a completar, profundizar, analizar, criticar, extraer lecciones, hallar inspiración, tender puentes hasta el día de hoy. Pues si abrimos este pasado –la Gran Canaria de los años sesenta–, lo hacemos con la intención expresa de que este nos oriente en nuestros empeños por cambiar el presente. Volvemos a ser muchas las que transitamos estas calles –¿las mismas?– con un “¿qué hacer?” rondando, un “¿cómo?”, un “¿desde dónde?”...




Memoria  de una Latitud: la lucha cultural canaria en los años sesenta

La historia de Latitud 28 podría comenzar en la Venezuela roja. El 23 de enero de 1958, la Junta Patriótica derrocaba al dictador Marcos Pérez Jiménez gracias, sobre todo, a la intensa movilización popular en la que habían participado amplios sectores sociales, desde obreros y excluidos, hasta profesores, artistas e intelectuales, junto al decisivo papel jugado por algunos mandos del ejército. Un par de años atrás, en 1956, el escultor  Tony Gallardo había llegado a Caracas, como tantos isleños, en busca de nuevos horizontes, tratando de dejar atrás la situación de asfixia cultural impuesta por la dictadura militar española. En la capital venezolana no tarda en contactar con los círculos de exiliados españoles que lo ayudan a conseguir trabajo y que, a su vez, lo introducen en el Partido Comunista Venezolano. Su compañera Mela Campos se reunirá con él tras la caída de Pérez Jiménez, trasladándose ambos a Maracaibo, donde el artista consigue un puesto de profesor en uno de los liceos de aquella ciudad. A la par que la peripecia de la militancia y el trabajo para el PCV como muralista, resulta crucial para la pareja el contacto con los artistas de vanguardia venezolanos[1].

La experiencia venezolana marca la decisión de Gallardo de incorporarse a la lucha antifranquista de vuelta en el Archipiélago, en 1961. Los precedentes de resistencia en Gran Canaria eran pocos pero muy significativos: en las condiciones durísimas de la clandestinidad insular de posguerra, el hilo de la contestación se había mantenido tenso y constante.  Desde tiroteos con la Guardia Civil por los barrancos de Moya, liderados por el ajedrecista Germán Pírez a finales de los cuarenta, hasta la irreverente rebelión contracultural de la “Iglesia Cubana” durante la década siguiente, bajo el pontificado del “papa” existencialista Luis Hernández Crespo, pasando por la revista Planas de Poesía de los hermanos Millares. Esta corriente subterránea política y cultural daría curso, en 1959, al decisivo movimiento Canarias Libre, con el abogado Fernando Sagaseta a la cabeza. La ejecución de la sentencia a muerte del famoso fugitivo comunista Juan García “el Corredera”, que conmocionó profundamente a la sociedad canaria de la época, desencadenaría una respuesta articulada en dicho movimiento de agitación popular, cuyos principales miembros acabarían siendo detenidos, maltratados y encarcelados en distintos penales del estado. El más joven de aquellos detenidos era el poeta Manuel González Barrera, recientemente fallecido en Arrecife (Lanzarote).

González Barrera y Tony Gallardo coinciden en la Escuela de Arte Luján Pérez de Las Palmas y crean el colectivo Latitud 28, como un caballo de Troya cultural mediante el cual se podía tratar de subvertir el orden político. Sus planteamientos se ven favorecidos por la estrategia del Partido Comunista de aquellos años. En 1962 tiene lugar la huelga en las cuencas mineras de Asturias, primer desafío frontal al régimen por parte de los trabajadores del país. En el aire flota la idea de que “al franquismo le quedan dos días”. El enviado del PCE en Canarias, Juan Menor, trae la consigna de “sacar el Partido a la superficie”, y la línea de confrontación defendida por Gallardo consigue imponerse entre los comunistas locales.

1963 y 1964 son años de intensa actividad artística y política. Al amparo legal del Real Club Victoria, entidad recreativa donde se “infiltra” como grupo de teatro y de dinamización cultural, Latitud 28 comienza su labor de propaganda entre los trabajadores de la isla: tras la experiencia pionera del poeta Juan Jiménez en el Carrizal en 1961, se organizan las célebres “Caravanas Culturales” [2], que llevan a los poetas afines (Agustín Millares Sall, Juan Jiménez, José María García, el propio Manuel González Barrera) de pueblo en pueblo en recitales multitudinarios; se convoca a los obreros jóvenes de las fábricas del barrio de Guanarteme para un taller de artes gráficas en el cual aprenden los rudimentos del muralismo y del grabado; se impulsa un animado movimiento de teatro aficionado que representa obras con fuerte contenido social de Alejandro Casona, Carlos Muñiz, Buero Vallejo o Lauro Olmo; se organizan conferencias, conciertos, debates, excursiones… A lo largo de este proceso, se trata sobre todo de generar simpatía hacia la lucha política entre personas sin una orientación ideológica definida, a la vez que se ejerce una solapada labor organizativa en unas primitivas comisiones de trabajadores.

Muy pronto el colectivo, que  se radicaliza y crece rápidamente hasta llegar a unas doscientas personas, participa en todas las acciones de calle en Gran Canaria, las huelgas en el Puerto, las protestas de los barrenderos, de los estudiantes, de los chabolistas, de los conductores de guaguas, de los aparceros. La dinámica de la confrontación va adquiriendo tintes más y más virulentos. El grupo se divide entre los que quieren permanecer dentro del Club Victoria como grupo cultural y quienes, comandados por los hermanos Tony y José Luis Gallardo, con la ayuda del abogado Manuel Morales Macías, están determinados a llegar hasta el final en el camino de la confrontación. Finalmente, en 1968, se produce un enfrentamiento con la Guardia Civil en el que varias  personas resultan heridas de bala, con más de cincuenta detenciones, en la localidad de Sardina del Norte: veinte de los detenidos son condenados en consejo de guerra sumarísimo a cumplir entre uno y once años de prisión. Se ponía así punto y final a aquella época efervescente en la historia silenciada de la resistencia insular.

Repasar la experiencia de Latitud 28 nos permite pensar hoy en la viabilidad de la implicación política de las manifestaciones culturales y apunta hacia una reflexión crítica acerca de las maneras en que se puede crear una “cultura de la resistencia” a la vez que una “resistencia de la cultura” con vocación transformadora. También nos posibilita recorrer la distancia temporal desde los años sesenta hasta hoy y tratar de comprender las transformaciones que ha sufrido la sociedad canaria y el cambio o la continuidad en las condiciones de lucha.


[1] Por aquellos años, artistas venezolanos como Jesús Soto o Alejandro Otero reinterpretaban las propuestas del arte cinético y del informalismo, entre otras corrientes.
[2] Inspiradas también por el teatro ambulante de La Barraca de Federico García Lorca durante la II República.
 



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