lunes, 10 de octubre de 2011
Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad de Judith Butler. Por Antonio Aizpuru
Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética
y responsabilidad de Judith Butler
Antonio
Aizpuru
El presente texto es una reflexión sobre la subjetividad desde el
punto de vista de la crítica posmoderna al sujeto. El propósito de
la obra es plantear la cuestión de la responsabilidad ética
partiendo de la desintegración de un sujeto fuerte, seguro de sí,
auto-trasparente y con una voluntad que puede (y debe) construir el
mundo que desea.
El libro parte de la consciencia de la imposibilidad de dar cuenta
completa de sí misma, es decir, del hecho de que todo narrarse, es
una narración incompleta, llena de discontinuidades y opacidades, y
esto por algo inherente al sujeto: Lo previo al yo es un otro
que lo posibilita, el yo nunca es el origen sino siempre una
consecuencia de un tú previo.
Nietzsche tenía razón en decir que la conciencia moral siempre nace
ante la presencia de un otro que nos interpela, el problema es que
consideró esto sólo desde el punto de vista de la violencia que se
ejerce sobre un sujeto y no tomó en cuenta, como nos recuerda
Foucault, que esta interpelación esencial es también lo que
posibilita la formación del propio sujeto. La crítica se instaura
desde este terreno que instaura un otro, la agencia ética nunca está
del todo determinada, ni es radicalmente libre, siempre se da en las
fronteras de un sujeto causado con capacidad crítica (límitada)
sobre el mundo y sobre sí.
Tomando cierta lectura de la lucha por el reconocimiento hegeliano
podríamos decir que todo sujeto está siempre fuera de sí y que el
reconocimiento completo es imposible, el sujeto está esencialmente
descentrado, empujado a buscarse fuera de sí y a no encontrarse
nunca. En este proceso de volcarse fuera puede llegar a ser más
consciente pero nunca llega a conseguir una claridad total sobre sí,
en todo proceso crítico siempre hay algo que se escapa.
Butler, siguiendo a Adriana Cavarero, considera que la pregunta
esencial de todo proceso de reconocimiento no sería ¿En qué puedo
convertirme yo?, sino más bien ¿Quien eres tú? El tú siempre es
el origen de todo preguntar, debemos sacar al sujeto narcisista del
centro de la ética.
El otro está siempre en mi origen, esto hace que mi narración sobre
mí siempre sea un ficcionar, cualquier intento de contarme tendrá
que asumir que hay una opacidad intranspasable o aceptar la propia
ficción de la narración. Desde este punto de vista toda narración
del yo tiene que aceptar: 1) que hay una exposición corporal no
narrable, mi corporalidad se deja ver pero no narrar en toda su
expresividad, ya que nunca puedo tener la mirada del otro; 2) que hay
relaciones con el mundo que me han constituido que no puedo recuperar
(pensemos en la infancia o en los traumas olvidados); 3) que somos
siempre parcialmente opacos para nosotros mismos; 4) que hay normas
sociales que me explican pero cuyo autor no soy yo; 5) que estamos
volcados en una estructura de interpelación de la que no somos
causa, todo contar es un contar ante alguien, este alguien que me
escucha e interpreta es esencial en esta narración.
Pero este reconocimiento de la propia opacidad y de la limitación
esencial de todo sujeto no debe ser visto como el fracaso de la
ética, sino más bien como el punto de arranque de una ética que se
aleje de lo que Butler considera la violencia ética esencial, a
saber, el juicio ético condenatorio desde un sujeto seguro de sí
que acusa al otro.
Es posible otra ética de la responsabilidad que parta de nuestra
ceguera (sobre nosotras mismas) compartida, desde la que suspender la
pretensión de que el otro sea completamente coherente. Esta
perspectiva permite reconocer los límites del sujeto que supone una
disposición para la humildad (no soy pura voluntad que se sabe,
sino que soy gracias a otro) y la generosidad (te reconozco también
como limitado).
Al dejar que la pregunta por el otro quede abierta, dejamos vivir al
otro, pues la vida es aquello que siempre excede a toda explicación,
reconocemos así los límites inherentes del conocimiento. La postura
ética es preguntar ¿quién eres? Sin esperar algo acabado y
coherente, un deseo de reconocer que nunca aparece satisfecho
(anulado) del todo. El deseo de vivir y dejar vivir es siempre la
base de toda teoría del reconocimiento. Esto se opone al juicio
condenatorio tan propio de las éticas de la convicción basadas en
el sujeto fuerte de corte kantiano. La condena suele ser un acto
violento en nombre de la ética. Una violencia basada en la seguridad
de un sujeto que cree poder dar cuenta completa de sí y que traslada
al otro esta exigencia.
Butler se apoya en el psicoanálisis para mostrar la imposibilidad de
este pretendido sujeto seguro de sí. El otro siempre es el origen de
mí misma, y este origen oculto, hace imposible la narración
completa y coherente de sí. Algunas escuelas psicoanalíticas dan
cuenta de esta imposibilidad de la narración al considerar que, en
la terapia, es más revelador la propia relación que se establece en
el acto de la narración que el contenido de lo narrado. La
importancia cae más del lado de la transferencia que incluye, los
silencios, las interrupciones o las incoherencias más que en el
logro de un relato coherente sobre la historia de la propia vida.
Esto nos acerca a una comprensión de la transferencia como práctica
de la ética: permitiendo, sosteniendo y dando cabida a la
interrupción, esto es una práctica de la no-violencia.
Si la violencia es el acto por el cual un sujeto procura reinstaurar
su dominio y su unidad, la no violencia puede ser la consecuencia de
vivir cuestionando la primacia de mi subjetividad permaneciendo
siempre abiertos al encuentro con el otro.
Laplanche centra sus estudios sobre la subjetividad en la formación
del sujeto a través del encuentro asimétrico del bebe con el
adulto. El bebe es abrumado por el otro-adulto, esta interpelación
enigmática y demandante está en el origen de todo yo. El
deseo ajeno es originario del propio deseo, el otro es la condición
previa de mi vida afectiva. En el comienzo soy mi relación contigo.
El límite que no soy yo ni tú, es lo previo a mí. Por tanto, sólo
soy a partir de tu interpelación, que es lo que origina mi yo.
Debemos repensar la noción de responsabilidad sobre la base de esta
limitación. Hacerse responsables de uno mismo, ya no podrá ser la
asunción completamente segura y coherente de una voluntad que pone
el mundo, sino que partiría de la confesión de los límites de toda
autocomprensión como condición previa del sujeto y la comunidad. No
podemos pensar en la cuestión de la responsabilidad a través del
sujeto moral narcisista, sino que hay que poner en el centro al otro
y el mundo que vamos creando con nuestra acción.
Soy responsable en virtud de la relación con el otro, que es lo
originario. Según Levinas esto se expresa como una persecución,
como una pasividad antes de toda pasividad, como condición
pre-ontológica: no hemos elegido nuesrta susceptibilidad a otros,
pero es la condición de posibilidad de todo mi actuar y de toda mi
relación posterior con el exterior. Soy porque estoy arrojado
previamente al encuentro con otro, algo que es previo a toda decisión
y desde el que se da toda decisión. La relación con el otro siempre
se da desde lo concreto, desde el singular, irremplazable que se nos
aparece con un rostro (concreto, sigular, único).
Esto se plantea desde un punto de vista radical, ya que en el
comienzo no sólo soy perseguido, sino asediado, ocupado, alguien
toma mi lugar, y ese otro que se instala en mí es mi propio origen.
El hecho de que una intrusión nos afecte primordialmente y contra
nuesra voluntad es signo de una vulnerabilidad y un estado de
obligación que no podemos ignorar y que inaugura el marco desde el
que se instaura mi responsabilidad. Éste es el horizonte de la
elección y funda nuestra responsabilidad. No somos resonsables de
esto pero crea las condiciones en que asumimos la responsabilidad.
Nuestra manera de responder a esa persecución pre-ontológica es lo
que nos da la oportunidad de elaborar una perspectiva ética. Tanto
Levinas como Adorno aceptan la inevitabilidad de esta persecución,
de esta ofensa, junto con la dificultad moral que aparece como
consecuencia de sufrir tal ofensa. Sólo desde el punto de vista del
ofendido se entiende la responsabilidad.
Esta vulnerabilidad es previa a lo humano, más bien es su condición
pre-ontológica, Adorno lo llega a llamar lo inhumano,
lo inhumano es una forma de designar el modo en que las fuerzas
sociales se establecen en nosotros y nos impiden definirnos en
términos de libre albedrío, al mismo tiempo, designa la intrusión
del mundo social en nosotros, de una manera que nos hace ignorantes
de nosotros mismos.
Uno de los grandes problemas de la ética inspirada en el sujeto
fuerte de corte kantiano es el olvido del mundo, el olvido de las
consecuencias para centrarse en la propia voluntad narcisista del
sujeto, en este sentido afirma la autora: “Adorno postula que no
tiene sentido referirse en forma abstracta a principios que gobiernan
el comportamiento, sin aludir a las consecuencias de cualquier acción
autorizada por estos. Somos responsables no sólo de la pureza de
nuestra alma, sino de la forma del mundo que todos habitamos. Esto
implica la necesidad de entender que la acción tiene consecuencias.
La ética, podríamos decir, da origen a la crítica o, mejor, no es
posible sin ella, pues tenemos que llegar a conocer de qué manera
nuestras acciones son recibidas por el mundo social ya constituido y
que consecuencias se derivarán de nuestras diversas formas de
actuar” (150-151).
Foucault también pone el acento en esta conexión entre la ética y
la política, entre dar cuenta de sí y el tema del poder: “La
necesidad de dar cuenta de uno mismo requiere volver al tema del
poder, y por ello podríamos decir que demanda ética da origen a la
explicación política y que la ética socava su propia credibilidad
cuando no se convierte en crítica. Así, Foucault incorpora el
relato de la verdad a la descripción del funcionamiento del poder:
“Si digo la verdad sobre mí mismo, me constituyo como
sujeto a través de una serie de relaciones de poder, que pesan sobre
mí y que yo impongo a otros” (M. Foucault. How much does it cost
for reason to tell the truth?, en Foucault Live, página 254)”.
(169).
Butler se cuida mucho de resaltar ese digo la verdad para
poner de relieve que esto es una pretensión imposible. Todo decir
es, al mismo tiempo, un hacer, y un hacer político que pone en juego
relaciones de poder en un mundo humano. Este decir es el punto de
vista que introduce la crítica, un tipo de racionalidad que, a pesar
de ser contingente e histórica, tiene una importancia radical en
nuestra acción.
Todo contar, todo acto racional entra en relación con las relaciones
de poder, con el mundo humano desde el que se habla y al que se
habla. El problema de la verdad es el problema del poder que siempre
nos remite a un mundo social que no hemos elegido y que nos invade
desde nuestro origen.
“ En forma análoga, Foucault y Adorno nos remiten de diferente
manera a las dimensiones deliberativas de la indagación moral, a la
difucultad de formarse como sujeto reflexivo dentro de un mundo
social dado. El yo en cuestión se forma claramente en el
marco de una serie de convenciones sociales que plantean el
interrogante acerca de si se puede llevar una vida buena dentro de
una mala, y si al reinverntarnos con el otro y para el otro podemos
participar en la recreación de las condiciones sociales. El dar
cuenta de uno mismo tiene un precio, no sólo porque el yo que
presento no puede exhibir muchas de las condiciones de su propia
formación, sino porque el yo que se entrega a la narración
es incapaz de abarcar muchas dimensiones de sí mismo: los parámetros
sociales de la interpelación, las normas mediane las cuales ese yo
resulta inteligible, las dimensiones no narrables y hasta lo
indecible del inconsciene que persisten como una extranjeridad
habilitadora en el corazón de mi deseo.
Lo que se desperende quizá de manera más enfática de la conjunción
de estas posiciones muy dispares (Adorno, Foucault, Laplanche,
Levinas, Nietzsche, Hegel) es que la respuesta a la demanda de dar
cuenta de sí mismo entraña comprender a la vez la formación del
sujeto (self, ego, moi, perspectivas de la primera persona) y su
relación con la responsabilidad.
Un sujeto siempre incapaz de dar cuenta cabal de sí mismo bien puede
ser el resultado de estar relacionado con otro, en niveles no
narrables de la existencia, en aspectos que tienen una significación
ética superveniente. Si
el yo no puede desvincularse efectivamente del sello de la vida
social, la ética, sin duda no sólo presupondrá la retórica (y el
análisis del modo de interpelación) sino también la crítica
social. (...)
Es necesario reconocer que la ética nos exige arriesgarnos
precisamente en los momentos de desconocimiento, cuando lo que nos
forma diverge de lo que está frente a nosotros, cuando nuestra
disposición a deshacernos en relación con otros constituye la
oportunidad de llegar a ser humanos. Que otro me deshaga es una
necesidad primaria, una angustia, claro está, pero también una
oportunidad: la de ser interpelada, reclamada, atada a lo que no soy
yo, pero tambień movilizada, exhortada a actuar, interpelarme a mí
misma en otro lugar y, de ese modo, abandonar el yo autosuficiente
considerado como una especia de posesión. Si hablamos y tratamos de
dar cuenta desde ese lugar, no seremos irresponsables, o, si lo
somos, con seguridad se nos perdonará”. (181-183.)
Conclusión
crítica a la lectura de Dar cuenta de sí mismo.
La obra de Butler destaca algo esencial para el planteamiento de
cualquier ética: La necesidad de aceptar los límites del sujeto.
Cuando hablamos de nosotras mismas debemos aceptar que no somos
sujetos auto-producidos con una voluntad pura. Nuestra historia es
una historia creada por un otro, somos lo que somos por el proceso de
socialización, que no hemos elegido y que ni siquiera podemos
reconstruir narrativamente. Siempre somos “otro” que nosotros
mismos, eso no quiere decir que pierda por completo sentido términos
como el de responsabilidad o voluntad pero tienen que redefinirse a
partir de esto. El reconocimiento de esta limitación es el punto de
inicio de toda acción y desde ahí se va a jugar el problema
ético-político. Esta obra, por tanto, se mueve más en el terreno
de la ontología que en el de la ética o la política. Una cuestión
posterior sería la de replantear las cuestiones éticas y políticas
a partir de esta ontología del sujeto que se opone a la concepción
moderna de la subjetividad.
Me pareció de especial interés la apelación a las teorías de la
narración y al psicoanálisis, creo que ambas tienen mucho que decir
en el terreno de la ética. El mundo ético que vamos construyendo
tiene todo que ver con el tipo de relatos que nos hacemos sobre
nostras mismas. En este sentido hay que estar alerta contra las
narraciones que ponen todo el acento en la capacidad del individuo
para crearse a sí mismo y que ocultan (de manera consciente o
inconsciente) que el narrador le debe su ser a un otro del que no
puede dar cuenta. El psicoanálisis ha hecho mucho por el
desenmascaramiento de esta egolatría subjetiva poniendo de
manifiesto los mecanismos inconscientes que operan diariamente en
nuestras vidas.
Butler utiliza una multitud de referencias para apoyar sus tesis,
aunque habría que advertir que los autores tratados no interesan
tanto por sí mismos sino que son tomados como piezas dentro de la
argumentación. Expertos en Nietzsche, Foucault, Adorno, Levinas o
Laplanche probablemente tengan algo que matizar a las
interpretaciones de Butler, pero eso no tiene demasiada importancia
para la línea central del libro.
Al leer el subtítulo de la obra -Violencia ética y
responsabilidad- se podría esperar que la autora se va a
introducir en temas acuciantes para la época como la violencia
imperialista de algunos países sobre otros, la violencia de los que
controlan los mercados sobre la vida de las personas y del medio
natural, o la violencia del patriarcado sobre la mujer, pero Butler
prefiere situarse en un terreno previo, en lo que, según ella, es el
origen de todo mal ético: la imposición de unos principios rígidos
sobre la vida de los otros.
El principio ontológico al que se refiere la autora -somos “otros”
que nosotros mismos, nuestro comienzo es una persecución de un
“otro”- puede ser un buen punto de arranque para la reflexión
ética, pero necesitaríamos introducir muchos otros componenetes
para pensar la violencia ética y la responsabilidad. Debemos
reconsiderar la incapacidad actual para hacernos cargo de las
consecuencias de nuestras acciones. En un mundo hiper-tecnológico e
interconectado la falta de responsabilidad en la acción cotidiana
genera problemas incalculables a poblaciones enteras.
No podemos pensarnos como sujetos auto-producidos que actúan desde
una voluntad pura, pero sí que tenemos que tomar en consideración
las consecuencias de nuestras acciones (acciones limitadas, y
contextualizadas, pero nuestras, al fin y al cabo). Efectivamente, la
ética no se mueve en el terreno de la imputabilidad pura y
ahistórica, pero toda vez que nos reconocemos como seres históricos
debe comenzar el trabajo de la ética y de la política, de ahí debe
partir el estudio del mundo y de las consecuencias de las acciones
que acometemos. Para eso necesitamos principios que vayan más allá
de la crítica al sujeto fuerte. ¿Por qué en un mundo donde
cabríamos todas, la ideología del progreso capitalista se va
imponiendo para la desgracia de la gran parte de la población
mundial? ¿ Cómo es posible que aceptemos con tanta docilidad el
dominio de una pequeña élite político-empresarial sobre todas
nosotras? ¿Cómo es posible que, aún sabiendo que la marcha
económica actual es una huida hacía delante que destroza nuestras
condiciones de vida en el futuro, no hagamos nada para evitarlo? La
pasividad ante estos y otros problemas cotidianos nos exige un
esfuerzo para pensar la violencia ética y la responsabilidad en
nuestro contexto actual. Las investigaciones de Butler pueden
resultar de interés para romper con algunos puntos de la ideología
imperante pero nos es urgente poner de manifiesto la violencia
material y simbólica del sistema capitalista y repensar desde
nuestro contexto concreto la responsabilidad ética.
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