jueves, 29 de marzo de 2012

Jornadas





El genocidio

(Intervención oral en la Fiesta del periódico L’Unità de Milán, en el verano de 1974).

Quisiera que me disculparan alguna imprecisión o inexactitud terminológica. La materia de la que hablo no es literaria y la suerte o la desgracia quieren que yo sea un literato, y que por eso no posea, sobre todo lingüísticamente, los términos para tratarla. Y aún una premisa: aquello que diré no es fruto de una experiencia política en el sentido específico, y por así decirlo “profesional” de la palabra, sino de una experiencia que diría casi existencial. Rápidamente diré, y ya lo habrán intuido, que mi tesis es mucho más pesimista que la de Napolitano[1], y tiene como tema conductor el genocidio: mantengo que la destrucción y sustitución de valores en la sociedad italiana de hoy lleve, sin necesidad de carnicerías ni fusilamientos en masa,  a la supresión de grandes zonas de la misma sociedad. Por lo demás, no es esta una afirmación totalmente herética o heterodoxa. Ya en el Manifiesto de Marx hay un pasaje que describe con claridad y precisión extremas el genocidio como obra de la burguesía con respecto a determinados estratos de las clases dominadas, no precisamente obreros, sino  sobre todo sub-proletarios[2] o ciertas poblaciones coloniales. Hoy Italia está viviendo de manera dramática y por primera vez este fenómeno: amplios estratos que habían quedado por así decirlo fuera de la historia –la historia del dominio burgués y de la revolución burguesa- han padecido este genocidio, o sea esta asimilación al modo y a la cualidad de vida de la burguesía.
¿Cómo se da esta sustitución de los valores? Sostengo que hoy la misma se da clandestinamente, a través de una suerte de persuasión oculta. Mientras que en tiempos de Marx era todavía la violencia explícita, abierta, la conquista colonial, la imposición violenta, hoy los modos son mucho más sutiles, hábiles y complejos, y el proceso está mucho más maduro técnicamente y es mucho más profundo. Los nuevos valores vienen a sustituir a los antiguos a escondidas, quizás no es necesario siquiera declararlo dado que los grandes discursos ideológicos son prácticamente desconocidos para las masas (la televisión, por poner un ejemplo al cual volveré, ciertamente no ha difundido el discurso de Cefis en la Academia de Módena[3]).
Me explicaré mejor volviendo a mi modo de hablar usual, es decir, el modo del literato. En estos días estoy escribiendo el pasaje de una obra mía en la cual afronto este tema de una manera imaginativa y metafórica: imagino una especie de descenso a los infiernos, donde el protagonista, para tener la experiencia del genocidio del cual estoy hablando, recorre la calle principal de un suburbio de una gran ciudad meridional, probablemente Roma, y se le aparece una serie de visiones cada una de las cuales corresponde a una de las calles transversales que desembocan en la calle central. Cada una de ellas es una especie de casa de locos, de círculo infernal de la Divina Comedia: en su entrada hay un determinado modelo de vida dispuesto allí por el poder a escondidas, al cual los jóvenes, y sobre todo los muchachos que viven en la calle, se adaptan rápidamente. Ellos han perdido su antiguo modelo de vida, aquel que realizaban viviendo y del cual de algún modo estaban contentos e incluso orgullosos, aunque implicase todas las miserias y lados negativos que había y eran –estoy de acuerdo- aquellos enumerados aquí por Napolitano: y ahora intentan imitar el nuevo modelo ofrecido disimuladamente por la clase dominante. Naturalmente, yo enumero toda una serie de modelos de comportamiento, unos quince, correspondientes a diez círculos y cinco casas de locos. Me referiré, por brevedad, solo a tres, pero debo indicar que la mía es una ciudad del centro-sur, y que el discurso solo vale relativamente para la gente que vive en Milán, en Turín, en Bolonia, etc.
Por ejemplo está el modelo que impera en un cierto hedonismo interclasista, el cual impone a los jóvenes que inconscientemente lo imitan, la adecuación en el comportamiento, en el vestir, en el calzado, en el modo de peinarse o de sonreír, en el actuar o en el gesticular, a aquello que ven en la publicidad de los grandes productos industriales: publicidad que se refiere, casi de forma racista, al modo de vida pequeñoburgués. Los resultados son evidentemente penosos, porque un joven pobre de Roma no puede realizar todavía estos modelos, y ello le genera ansiedades y frustraciones que lo llevan al umbral de la neurosis. O también, está el modelo de la falsa tolerancia, de la permisividad. En las grandes ciudades y en el campo del centro-sur seguía vigente hasta hace poco un cierto tipo de moral popular, más bien libre, cierto, pero con tabúes que le eran propios y no de la burguesía: no, por ejemplo, la hipocresía, sino una suerte de código al cual todo el pueblo se atenía. A partir de un cierto momento, el poder ha tenido la necesidad de un nuevo tipo de súbdito, que fuese ante todo un consumidor, y no podía ser un consumidor perfecto si no se le concedía una cierta permisividad en el campo sexual. Pero también a este modelo, el joven de la Italia atrasada trata de adecuarse de forma torpe, desesperada y siempre neurotizante. O, en fin, un tercer modelo, que yo llamo “de la afasia”, de la pérdida de la capacidad lingüística. Toda la Italia centro-meridional tenía sus propias tradiciones regionales o ciudadanas de una lengua viva, de un dialecto que se regeneraba en continuas invenciones, y al interior de este dialecto, de una jerga rica en invención casi poética: a la cual contribuían todos, día tras día. Cada tarde nacía un nuevo chiste, una bromilla, una palabra imprevista. Había una maravillosa vitalidad lingüística. El modelo que ahora ofrece allí la clase dominante los ha bloqueado lingüísticamente: en Roma, por ejemplo, ya no se es capaz de inventar, se ha caído en una especie de neurosis afásica: o se habla una lengua fingida, que no conoce dificultades o resistencias, como si fuese fácil hablar de todo –se expresa como en los libros impresos – o bien se llega a la verdadera afasia en el sentido clínico del término: se es incapaz de inventar metáforas o movimientos lingüísticos reales, casi únicamente se gimotea, o se habla a empujones o se suelta una risilla sin saber decir otra cosa.
Esto es solo para dar un breve resumen de mi visión infernal, que por desgracia yo vivo existencialmente. ¿Por qué esta tragedia en al menos dos tercios de Italia? ¿Por qué este genocidio debido a la aculturación impuesta solapadamente por las clases dominantes? Pues porque la clase dominante ha escindido nítidamente “progreso” y “desarrollo”. A esta le interesa solamente el desarrollo, porque solo de él extrae sus beneficios. Es necesario hacer de una vez una distinción drástica entre estos dos términos: “progreso” y “desarrollo”. Se puede concebir un desarrollo sin progreso, cosa monstruosa que estamos viviendo en cerca de dos tercios de Italia. Pero en el fondo se puede concebir también un progreso sin desarrollo, como sucedería en ciertas zonas campesinas si se aplicaran nuevos modos de vida cultural y civil incluso sin necesidad, o con un mínimo, de desarrollo material. Es necesario –y he aquí mi parecer sobre el papel del partido comunista y de los intelectuales progresistas – tomar conciencia de esta disociación atroz y hacer conscientes a las masas populares para que adviertan esa disritmia, y desarrollo y progreso coincidan.
En vez de eso, ¿qué desarrollo es el que quiere este poder? Si quieren entenderlo mejor, lean el discurso de Cefis a los alumnos en Módena del que hablé antes, y encontrarán allí una noción de desarrollo como poder multinacional –o “transnacional”, como dicen los sociólogos – fundado entre otras cosas en un ejército que ya no es nacional, tecnológicamente avanzadísimo, pero extraño a la realidad del propio país. Todo esto hace borrón y cuenta nueva con el fascismo tradicional, que se fundaba en el nacionalismo y en el clericalismo, viejos ideales, naturalmente falsos. Pero en realidad se está consolidando una forma completamente nueva de fascismo, aún más peligrosa. Me explicaré mejor. En nuestro país, como he dicho, está en curso una sustitución de valores y modelos, en la cual han tenido un gran peso los medios de masas y en primer lugar la televisión. Con esto no quiero decir que tales medios sean negativos en sí: estoy de acuerdo en que tales medios podrían constituir un gran instrumento de progreso cultural. Pero hasta ahora, por la forma en que han sido usados, han sido un medio de espantosa involución, precisamente de desarrollo sin progreso, de genocidio cultural para al menos dos tercios de los italianos. Vistos así, también los resultados del 12 de mayo contienen un elemento de ambigüedad[4]. En mi opinión, a los “no” ha contribuido poderosamente la televisión, que por ejemplo en los últimos veinte años ha devaluado netamente todo contenido religioso: oh, sí, hemos visto a menudo al Papa bendecir, a los cardenales inaugurar, hemos visto procesiones y funerales, pero eran hechos contraproducentes para los fines de la conciencia religiosa. En cambio, se daba de hecho, al menos a nivel inconsciente, un profundo proceso de laicización, que entregaba a las masas del centro-sur al poder de los mass media y a través de estos a la ideología real del poder: al hedonismo del poder consumista.
Por esto se me ha ocurrido decir –de una manera demasiado violenta y agitada tal vez – que en el “no” hay una doble alma: por una parte un progreso real y consciente, en el cual los comunistas y la izquierda han tenido un gran papel; por otra, un progreso falso, por el cual el italiano acepta el divorcio  por las exigencias laicizantes del poder  burgués: porque quien acepta el divorcio es un buen consumidor. He aquí por qué, por amor a la verdad y por un sentido dolorosamente crítico, puedo yo llegar a una previsión de tipo apocalíptico, que es la siguiente: si tuviese que prevalecer, en la masa de quienes han votado “no”, la parte que ha tenido el poder, sería el fin de nuestra sociedad. Esto no sucederá, porque en Italia hay un Partido Comunista fuerte y porque hay una intelligencjia bastante avanzada y progresista. Pero el peligro existe. La destrucción de valores en curso no implica una inmediata sustitución por otros valores, con sus bienes y su males, con el necesario mejoramiento de la calidad de vida y conjuntamente con un progreso cultural real. A mitad de camino hay un momento de imponderabilidad, y es justamente ese el que estamos viviendo. Y aquí está el grande, trágico peligro. Piensen en qué podría significar en estas condiciones una recesión económica y no podrán de hecho no estremecerse si se encara, aunque sea por un instante, el paralelo –quizás arbitrario, quizás novelesco – con la Alemania de los años treinta. Alguna analogía entre nuestro proceso de industrialización en los últimos diez años y aquel alemán de aquel tiempo sí que la hay: fue en tales condiciones que el consumismo abrió el terreno, con la recesión de los años 20, al nazismo. De ahí la angustia de un hombre de mi generación, que ha visto la guerra, los nazis, las SS, que ha experimentado un trauma nunca totalmente vencido. Cuando veo en torno a mí a los jóvenes que están perdiendo los antiguos valores populares y que absorben los nuevos modelos impuestos del capitalismo, arriesgándose así a una forma de deshumanidad, una forma de afasia atroz, una brutal ausencia de capacidades críticas, una facciosa pasividad, recuerdo que estas eran justamente las formas típicas de las SS: y veo de esta manera extenderse sobre nuestras ciudades la sombra horrenda de la cruz gamada. Una visión apocalíptica, ciertamente, la mía. Pero si junto a ella y a la angustia que la produce, no estuviera en mí también un elemento de optimismo, el pensamiento de que existe la posibilidad de luchar contra todo esto, simplemente no estaría hoy aquí, entre ustedes, para hablar.

Fascista

(Pasajes de una entrevista a cargo de Massimo Fini, publicada por L’Europeo en diciembre de 1974).

Existe hoy una forma de antifascismo arqueológico, el cual es un buen pretexto para no procurarse una patente de antifascismo real. Se trata de un antifascismo fácil que tiene por objeto y objetivo un fascismo arcaico que ya no existe y que no volverá a existir. Partamos de la reciente película de Naldini: Fascista[5]. Y bien, esta película, cuyo argumento es la relación entre un líder y la muchedumbre, ha demostrado que tanto aquel líder, Mussolini, como aquella muchedumbre, son personajes absolutamente arqueológicos. Un líder como aquel es absolutamente inconcebible no solo por la nulidad y la irracionalidad de aquello que dice, por la nula lógica que está detrás de aquello que dice, sino también porque no encontraría ningún espacio ni credibilidad en el mundo moderno. Bastaría la televisión para desvirtuarlo, para destruirlo políticamente. Las técnicas de aquel líder funcionaban bien encima de un palco, en una tribuna,  frente a las masas “oceánicas” y no funcionarían en absoluto en una pantalla. Y esta no es una simple constatación epidérmica, puramente técnica, sino que es el símbolo de un cambio total en el modo de ser, de comunicar entre nosotros. Y asimismo la masa, aquella muchedumbre “oceánica”. Basta fijar los ojos por un momento sobre aquellos rostros para ver que aquella masa ya no existe, que están muertos, que están enterrados, que son nuestros abuelos. Basta esto para comprender que aquel fascismo no se repetirá más. He aquí por qué buena parte del antifascismo de hoy, o al menos de eso a lo que se le llama antifascismo, o es ingenuo o es estúpido o es un pretexto y actúa de mala fe: porque da batalla o finge dar batalla a un fenómeno muerto y enterrado, arqueológico, que ya no puede darle miedo a nadie. Es, en definitiva, un antifascismo de lo más cómodo y de lo más tranquilo.
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Yo creo, lo creo profundamente, que el verdadero fascismo es aquel que los sociólogos han llamado demasiado benévolamente “la sociedad de consumo”. Una definición que parece inocua, puramente indicativa. Pero en realidad no. Si uno observa bien la realidad, y sobre todo si uno sabe leer en torno, en los objetos, en el paisaje, en el urbanismo y, sobre todo, en los hombres, ve que los resultados de esta descerebrada sociedad de consumo son los resultados de una dictadura, de un verdadero y propio fascismo. En la película de Naldini hemos visto a los jóvenes en formación, en uniforme… pero hay una diferencia. En aquel entonces los jóvenes, en el preciso instante de quitarse el uniforme y retomar el camino de vuelta a sus pueblos y a sus campos, volvían a ser los italianos de cien, de cincuenta años atrás, como antes del fascismo. El fascismo en realidad los había convertido en payasos, en siervos, y tal vez en parte también los había convencido, pero no los había tocado en serio, en el fondo del alma, en la forma de ser. Este nuevo fascismo, en cambio, esta sociedad de consumo, ha transformado profundamente a los jóvenes, los ha tocado en lo más íntimo, les ha dado otros sentimientos, otras formas de pensar, de vivir, otros modelos culturales. Ya no se trata como en la época mussoliniana, de una regimentación superficial, escenográfica, sino de una regimentación real que les ha robado y les ha cambiado el alma. Lo cual significa, en definitiva, que esta “civilización de consumo” es una civilización dictatorial. En definitiva, si la palabra “fascismo” significa la prepotencia del poder, la “sociedad de consumo” ha realizado bien el fascismo.
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Un papel marginal. Por esto he dicho que reducir el antifascismo a una lucha contra esa gente significa hacer una mistificación. Para mí la cuestión es muy compleja, pero también muy clara. El verdadero fascismo, lo he dicho y lo repito, es el de la sociedad de consumo, y los democristianos han venido a convertirse, incluso sin darse cuenta, en los reales y auténticos fascistas de hoy. En este ámbito los fascistas “oficiales” no hacen sino proseguir aquel fascismo arqueológico. En este sentido Almirante[6], por mucho que haya querido ponerse al día, es para mí tan ridículo como Mussolini. Un peligro más real viene hoy de los jóvenes fascistas, de la franja neonazi del fascismo que ahora cuenta con pocos miles de fanáticos pero que mañana podría constituir un ejército. En mi opinión, la Italia de hoy tiene alguna analogía con lo que sucedió en Alemania en los albores del nazismo. También en Italia se asiste hoy al fenómeno de la homologación y el abandono de los antiguos valores campesinos, tradicionales, particularistas, regionales, que fue el humus sobre el que germinó la Alemania nazi. Hay una enorme masa de gente que se ha encontrado de pronto fluctuando, en un estado de imponderabilidad de valores, y que no ha adquirido los valores nuevos nacidos con la industrialización. Es el pueblo, que se está convirtiendo en pequeña burguesía pero que no es todavía la una sin ser ya lo otro. Para mí el núcleo del ejército nazi se constituyó justamente de esta masa híbrida, este fue el material humano del cual salieron, en Alemania, los nazis. Italia corre justamente este peligro.
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En cuanto a la caída del fascismo, ante todo se da un hecho contingente, psicológico. La victoria, el entusiasmo de la victoria, las esperanzas renacidas, la sensación de la libertad recuperada y de un modo de ser del todo nuevo, habían vuelto a los hombres, después de la liberación, más buenos. Sí, más buenos, pura y simplemente. Pero después tenemos el otro hecho, más real: el fascismo que habían experimentado los hombres de entonces, aquellos que habían sido antifascistas y habían atravesado las experiencias del ventenio, de la guerra, de la Resistencia, era un fascismo que todo junto era mejor que el de hoy día. Creo que veinte años de fascismo no hicieron la cantidad de víctimas que ha hecho el fascismo en estos últimos años. Cosas horribles como las masacres de Milán, de Brescia, de Bolonia no habían sucedido nunca en veinte años. Cierto que se dio el delito Matteotti y que hubo víctimas por ambas partes, pero la prepotencia, la violencia, la maldad, la inhumanidad, la glacial frialdad de los delitos cometidos a partir del 12 de diciembre de 1969[7] en adelante no se habían visto nunca en Italia. Esa es la razón por la que flota en el aire un mayor odio, un mayor escándalo, una menor capacidad de perdonar… solo que este odio se dirige, en ciertos casos de buena fe y en otros en perfecta mala fe, hacia un adversario equivocado, hacia los fascistas arqueológicos en vez de hacia el poder real.
Sigamos las pistas negras. Yo tengo una idea, quizás un poco novelesca pero que considero justa, de la cosa. Los hombres de poder, y podría quizás añadir los nombres sin miedo de equivocarme tanto, en cualquier caso algunos de los hombres que nos gobiernan desde hace treinta años, han manejado primero la estrategia de la tensión con carácter anticomunista. Luego, pasada la preocupación por la efervescencia del 68 y del peligro comunista inmediato, las mismas, idénticas personas han manejado la estrategia de la tensión antifascista. Por consiguiente las masacres han sido llevadas a cabo siempre por las mismas personas. Primero han llevado a cabo la masacre de Piazza Fontana acusando a los extremistas de izquierda, después han realizado las masacres de Brescia y de Bolonia acusando a los fascistas y tratando de reconstruir a toda prisa y con furia aquella virginidad antifascista de la cual tenían necesidad, después  de la campaña del referéndum y después del referéndum, para continuar manejando el poder como si nada hubiera sucedido.
En cuanto a los episodios de intolerancia que usted ha mencionado, yo no los definiría propiamente como intolerancia. O al menos no se trata de la intolerancia típica de la sociedad de consumo. Se trata en realidad de casos de terrorismo ideológico. Por desgracia las izquierdas viven, actualmente, en un estado de terrorismo, que nació en el 68 y que continúa todavía hoy. No diré de un profesor que, adepto a un cierto izquierdismo, no concede la licenciatura a un joven de derecha, que sea un intolerante. Digo que es un aterrorizado. O un terrorista. Pero este tipo de terrorismo ideológico solo tiene un parentesco formal con el fascismo. Terroristas son el uno y el otro, es verdad. Pero bajo los esquemas de estas formas a veces idénticas, es preciso reconocer realidades profundamente diferentes. De lo contrario se va a parar inevitablemente  a la teoría de los “extremismos opuestos”, o bien al “estalinismo igual a fascismo”.
Pero he llamado a estos episodios terrorismo y no intolerancia porque, según creo, la verdadera intolerancia es la de la sociedad de consumo, la de la permisividad que viene de arriba, querida desde arriba, que es la verdadera, la peor, la más disimulada, la más fría y despiadada forma de intolerancia. Porque es intolerancia enmascarada de tolerancia. Porque no es verdadera. Porque es revocable cada vez que el poder no sienta su necesidad. Porque es el verdadero fascismo del cual vendrá después el antifascismo de cartón piedra: inútil, hipócrita, sustancialmente aceptado por el régimen.



[1]  Giorgio Napolitano, actual presidente de Italia y en aquel momento dirigente del PCI, había intervenido la misma tarde que Pasolini.
[2]  El sub-proletariado (sottoproletariato) es una categoría social fundamental en el pensamiento de Pasolini que hace referencia a las clases urbanas más pobres, los trabajadores informales, las prostitutas, los ladronzuelos, provenientes por lo general de la emigración rural hacia las ciudades.
[3] Eugenio Cefis (1921-2004) fue un importante empresario italiano que llegó a dirigir la petrolera nacional ENI. Fundador de la logia masónica P2, Pasolini lo vinculó al asesinato del antiguo directivo de ENI, Enrico Mattei y a los crímenes de Estado en la Italia de aquellos años mediante el personaje de Aldo Troya en la novela Petróleo, en la cual trabajaba en el momento en que fue asesinado. Ver: http://temi.repubblica.it/micromega-online/cosi-mori-pasolini/.
[4] En el referéndum del 12 y 13 de mayo de 1974, conocido como “Referendum  revocatorio del divorcio”, los italianos fueron llamados a rechazar o mantener la ley Fortuna-Baslini de 1970, mediante la cual se había introducido el divorcio en Italia. Los partidarios de mantener dicha ley ganaron con un 59’3 por ciento de los votos.
[5] Fascista (1973), de Nico Naldini, es un documental realizado con imágenes de propaganda del tiempo de Mussolini.
[6]  Giorgio Almirante (1914-1988). Fundador del partido neofascista Movimiento Social Italiano.
[7] A partir de la masacre de Piazza Fontana, en Milán, en diciembre de 1969, empieza en Italia una serie de atentados terroristas, nunca del todo esclarecidos, que marcaron el periodo conocido como “los años de plomo”, la década de los 70.

1 comentarios:

MonMMS dijo...

Me gusto mucho la definicion del verdadero fascismo como la sociedad de consumo y la forma en que dicen la diferencia entre el terrorismo y la intolerancia.
Coincido con la idea de qe uno de los peligros es que aumente el numero de fascistas lo cual podria ocacionar muchas masacres.

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