sábado, 13 de agosto de 2011

La democracia como acontecimiento


LA DEMOCRACIA COMO ACONTECIMIENTO
Pensando desde el 15-M
Foro Crítica y Sociedad

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El movimiento 15-M es un acontecimiento. Todo acontecimiento tiene al menos dos rasgos que le definen. Primero: es inesperado, impredecible, incalculable. Aunque puedan identificarse una serie de causas, siempre hay un margen desconocido que pone un límite a su predicción. «¿Por qué ahora y no antes?», se preguntaban algunos simpatizantes un día después. Segundo: todo acontecimiento desborda el marco de comprensión al que estábamos acostumbrados. Satura el esquema previo. Y esto ha pasado con el movimiento 15-M. Cuando comenzaron las acampadas era frecuente escuchar que la gente necesitaba tiempo para saber qué estaba ocurriendo. Era un verdadero comienzo. Una pintada en Sol lo certificaba con tres palabras: «Ya ha empezado». Los moldes para encauzar lo que sucedía no podían abarcarlo.1 Es importante, antes de aplicar sin cautela las categorías conocidas de organización política, escuchar y dejar hablar al propio acontecimiento. Si nos desborda es porque tiene algo que enseñar. Emmanuel Mounier: «El acontecimiento será nuestro maestro interior».

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Pronto se reaccionó contra esta incapacidad de comprensión. La reacción inicial de quienes lo rechazaban, en medio de la campaña electoral, fue defender el voto como la actividad más «sagrada» de la democracia. Fue el adjetivo que usó el propio Rodríguez Zapatero. Rebatirle era fácil. La democracia es la participación igualitaria en los asuntos de la polis, no solo la mera elección de representantes. Lo dijo Rousseau hace más de dos siglos. Las elecciones son una expresión o una parte de un ejercicio de participación mucho más amplio, que comienza en la calle, el barrio, la plaza, el trabajo. Identificar reductoramente voto con democracia equivale a consagrar el gobierno de expertos y élites durante cuatro años menos un día. El mundo que quiere asegurar el Plan Bolonia convirtiendo la universidad en una empresa que fabrica expertos.

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Pero también algunos sectores de izquierda simpatizantes con las reivindicaciones expresaron a su manera cierto malestar con el acontecimiento. La apostilla, proveniente de la izquierda clásica, era «les falta organización», «sin organización esto no va a durar, no va a caminar». Sin organización, es evidente que el movimiento no tiene futuro, pero la crítica se refería a la falta de una planificación previa, con unos objetivos políticos definidos y compartidos, con una ideología formulada como un credo. Es decir, el malestar, la inquietud proviene de su ausencia de identidad definida. Sin embargo la organización en Sol está creando otras formas organizativas. No se trata de decir que no tuvieran antecedentes ni referentes anteriores, sino que la posibilidad de esta organización está dada por la experiencia compartida en la calle a partir del 15 de mayo.

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Durante unas elecciones se ha rescatado el sentido de la política: no sólo se ha hablado de quién pacta, de la vida interna de los partidos, sino de los asuntos en los que les va la vida a la gente.

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Los indignados han demostrado que se puede y se podrá. Y esa posibilidad nace de lo real que paradójicamente antecede a lo posible. Es la realidad del hecho de tomar una plaza la que abre la posibilidad, la que descubre las potencialidades ocultas de otras formas de organizar lo que nos rodea.

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El movimiento democrático es aquel que hace visible y audibles en el espacio público a aquellos que no se consideraba sujetos políticos. Los llamados «agentes sociales» son quienes actúan: partidos, empresarios y sindicatos. Los otros son pacientes de estos agentes. Y aquí surge una parte que no se siente representada («Que no, que no, que no nos representan» es una consigna definitoria) a la que se hace llamar «indignados». Hay una experiencia de subjetivación política.2 ¿Quiénes eran los indignados antes del acontecimiento? No eran sujetos políticos reconocibles en la imagen del todo social. El acontecimiento los ha constituido como tales. Se suponía que era esa parte de la sociedad que debía acatar en silencio las decisiones de los poderes financieros gestionados por los políticos profesionales, era un objeto mudo al final de la cadena de montaje o de la cola del paro.

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El día 20 de mayo, en una de las asambleas de la Plaza San Telmo de Las Palmas de Gran Canaria, alguien tomó la palabra para expresar simplemente que algo no le encajaba, que no le encajaba que él pudiera hablar libremente en la calle y ser escuchado como interlocutor, ciudadano, vecino… ¡persona! Eso que «no le encajaba» era la propia experiencia democrática. La democracia es la única vía de organización política que permite una autocrítica permanente, una auto-trascendencia que la envía más allá de sí misma. Por eso no coincide consigo misma, no «encaja».

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La altura teórica de quienes saben distinguir entre «partidos políticos» y «política» no debería hacer perder la escucha de lo que se expresaba cuando se decía que el 15-M era «apolítico». Al abrirse una dimensión nueva en el conjunto de partes representadas hasta ahora —una parte de los sin-parte, los «indignados»— su novedad se expresa en esa paradoja prometedora de una política-apolítica. El paso apolítico es una reserva que debería procurar evitar que se convierta en una simple reivindicación diluida en partidos, sindicatos o cualquier otro agente social. La “democracia como moral” viva implica esa innovación de la política desde lo que queda fuera. La expresión «política apolítica» no es nueva. V. Havel usó expresiones parecidas justamente para hablar de un movimiento de democratización inédito. Una pancarta en Sol lo sintetizaba mejor: Ni cara A, ni cara B, queremos cambiar el disco. Esa esfera prepolítica consistía en rechazar la humillación del individuo singular, en denunciar el «sacrifico» (defendido por ministros de economía y tertulianos: un regreso a religiosidades arcaicas) y abolición de las posibilidades de llevar una historia individual digna. Ese respeto al «misterio de la vida individual» era un fermento prepolítico, existencial, del que debe provenir una política nueva. 3

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Las asambleas mostraban que hay algo en la democracia que trasciende lo político. Con la toma de palabra de cualquiera se sublima la dignidad de cada individuo, quien habla y quien escucha, en tanto que irrepetibles. Esa dignidad activada en la democracia, la igualdad de cada uno, la dignidad de su ser singular, de algún modo trasciende lo político.

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Pero estas reivindicaciones que provienen de una contradicción ya antigua en las propias democracias liberales, ahora agudizada por la crisis, no son el aspecto incalculable del acontecimiento. Hay que tomar especialmente en cuenta que la experiencia de reivindicación democrática se convirtió, de alguna manera, en experiencia de la democracia que se exigía. La democracia es el poder de cualquiera.4 Ningún título, de propiedad, de saber, de conocimiento, podía bloquear el acceso a la toma de la palabra en las asambleas. Eso es una redistribución completa de lo que se consideraba visible e invisible. Es un asunto que afecta a la sensibilidad, por eso tenía todo la coherencia del mundo que un indignado escribiera en un cartón: «Una belleza nueva ha nacido» ¿Por qué se acampaba, por qué se permanecía ocupando el lugar? Tiene que ver con este cambio en la distribución de quienes son vistos y escuchados. Es un cambio en la distribución política del espacio y el tiempo. Los lugares son políticos si detienen la circulación meramente instrumental y se convierten en espacios donde practicar la asamblea, el estar juntas para buscar una vida más digna para todas. El espacio que solo sirve instrumentalmente para circular es un espacio invisible.5 La política lo crea como espacio nuevo. Una de las pancartas en Sol decía: «Lo esencial se está haciendo visible.» Por eso se preguntaba Artur Mas el jueves 2 de junio desde Cataluña: « ¿hasta qué punto es legítimo ocupar un espacio público indefinidamente?» La cuestión de la democracia es entonces también el espacio y el tiempo.

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Desde el punto de vista de la reivindicación, las tradiciones de la izquierda pueden encajar e identificarse claramente con la protesta y las propuestas. Se pide democracia real: «lo llaman democracia y no lo es». Están tocando la médula de problemas que el joven Marx vio con claridad.6 La igualdad en las democracias liberales afecta solo al ámbito abstracto y formal de la ley. En el plano de la ciudadanía reina el mundo abstracto y vacío de la libertad, la igualdad y la solidaridad. Pero esto es una democracia insuficiente porque detrás del ciudadano está el burgués, orientado por el afán de lucro, la competencia y el egoísmo. Pedir «democracia real» es pedir que desaparezcan las desigualdades sociales que limitan la democracia sólo al ámbito de la política profesional. Significa exigir democracia económica.

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¿Qué ha pasado para «perder el miedo a hablar»? Lo sucedido es precisamente esta toma de palabra que supera el miedo.7 Tomar la palabra en la plaza pública para todos y cualquiera, ser escuchado sin tener ninguna acreditación para ello. Sergio, un ciudadano en una asamblea de San Telmo, en Las Palmas, comenzaba así su intervención: «Yo soy, yo estoy y yo puedo estar aquí»8.

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Tomar la palabra en público tiene un sentido corporal, perceptivo. La ocupación de la plaza es una salida del aislamiento y una apertura política de la percepción, del cuerpo. No es casualidad que la intervención de Sergio acabe con el abrazo que le da una chica de la asamblea. Los sentidos estaban secuestrados y el encuentro político es su liberación. Tomar la palabra, asunto político-corporal. Así se podía rastrear en algunos carteles de Sol: «Conocí la felicidad en Sol» o «Toda revolución comienza con un abrazo» o «Queremos Amorcracia».

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¿Qué clase de comunidad se formó en cientos de plazas españolas a partir del 15-M? Comunidades que tenían un fin en sí mismo. Su valor no puede reducirse a una finalidad que las convierte en instrumento. Aunque nada suceda después y todo desaparezca, el fin también ha sido estar allí juntos ¿Cómo se constituye una comunidad como fin en sí mismo? Con la escucha igualitaria en común. La escucha igualitaria compartida es la condición de posibilidad de la creación en común.

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La organización asamblearia y la experiencia de la solidaridad son en pequeña escala, aunque sea finalmente de manera fugaz, la realización, la anticipación de la sociedad que se exige. Es una anticipación simbólica. Esa anticipación es una extraordinaria educación política. Una de las pancartas de Sol decía: «No se borran las huellas de aquellos que caminaron juntos». Es a la vez un poema y una respuesta a la dimensión del acontecimiento. Nadie queda igual después. La verdadera educación política para la democracia proviene de experiencias colectivas como esta. ¿Y qué huella no habría de dejar una experiencia colectiva de solidaridad e igualdad realmente vivida?

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Los sentidos atrapados en la maraña del hiperconsumo solo pueden percibir groseramente. Este proceso, que se retroalimenta con ansiedad por la insatisfacción, apunta a la construcción de un individuo aislado, un átomo, alejado de los demás. El aislamiento impide la comunicación, secuestra la palabra y la confina a un espacio inerte en el que no se establecen nexos con los otros. La ruptura de este escenario sólo es posible mediante el establecimiento de lo comunitario, de ese encuentro en el que lo humano se relaciona sin mediaciones consumistas. De esta manera se recuperan la palabra y los sentidos.

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Pedir democracia ya, «ahora o nunca» es propio de la irrupción democrática frente al tiempo de lo siempre igual, de la imposibilidad de novedad, el «eterno retorno».9 En ese sentido es preciso no bloquear el acontecimiento apelando al futuro. Hay que planificar, sí, organizar, sí, pero también parar el tiempo. Es el sentido toda «fiesta» verdadera, también el sentido de la expresión, ahora por reinventar, de la «fiesta de la democracia». La detención del tiempo como inauguración de un tiempo nuevo, determinado por el acontecimiento. Walter Benjamin: «La revolución no es la locomotora de la historia, como pensaba Marx, sino más bien el freno de emergencia». Alguien escribió estos días en Madrid: «Vamos a Sol a tomar las uvas, a celebrar nuestro año nuevo».



NOTAS
1 El artículo en Diagonal «Kilómetro cero, año cero» expresa esta experiencia de desbordamiento de manera concreta: «Diagonal no es una excepción. También se ve desbordado por la imposibilidad de cubrir todos y cada uno de los territorios y reivindicaciones de este movimiento, por las dudas sobre cómo participar en el proceso (¿vamos a Sol o actualizamos la web?) y cómo dar cuenta de un acontecimiento tan reciente. Estas notas apresuradas, al hilo de nuestra experiencia de Sol, se inscriben dentro de este fenomenal desbordamiento». Fenomenal desbordamiento es ya casi una señal para una fenomenología política de la experiencia democrática.
2 Esta nueva subjetivación política de «la parte de los sin-parte» se expresa poéticamente en la nueva forma de aplaudir: agitando las manos como en la lengua de signos, es decir, la lengua de los que «no tienen voz».
3 G. Bensussan, L´impatience des langues, Hermann, París, 2010, p. 99.
4 Cf. J. Rancière, El desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires, 1996.
5 «Por unos días, quién sabe si quizá ya para siempre, Sol ha dejado de ser “el mejor ejemplo de las plazas duras: plazas sin comunidad real, sin alojamiento, inhóspitas para la afectividad más elemental, como deja apuntado Andrés Devesa, del Grupo Surrealista de Madrid. La alegría ha venido a ocupar ese espacio duro […]», en Diagonal, del 26 de mayo al 8 de junio del 2011.

6 Cf. Sobre la cuestión judía, Anthropos, Barcelona, 2009.
7 «En ciudad Sol, sus habitantes ya no se contentan con curiosear y ser espectadores de discusiones y reuniones: todo el mundo quiere participar, intervenir y dar su opinión. Si a alguien le comienza a temblar la voz cuando habla ante miles de personas, suenan los aplausos para animarle a continuar», Diagonal, del 26 de mayo al 8 de junio del 2011.
8 Esta intervención se puede ver en el video de Amaury Santana: “Y entonces el hombre habló”. (http//vimeo.com)
9 «En ese sentido escribe Walter Benjamin: «Constituye lo más propio de la experiencia dialéctica eliminar la apariencia de lo siempre-igual, o incluso de la repetición, en la historia. La verdadera experiencia política está completamente libre de esa apariencia», Libro de los Pasajes, Akal, p. 475.

1 comentarios:

JAr D dijo...

Enhorabuena por este hermoso texto, le hace a uno revivir la emoción inicial de este movimiento. Algo necesario porque, pese a su intensidad, a veces se desvanece pronto.

Poco a poco vuelven ruidosamente esas identidades fuertes y excluyentes que parecían haber desaparecido y, por otro lado, la discusión sobre su propia identidad, organización y representatividad a veces se vuelve estéril. Me preocupa especialmente la burocratización y el exceso de protagonismo de los activistas-expertos (periodistas, economistas, diseñadores, sociólogos, educadores...) Algo que también ha estado muy presente desde el principio en el movimiento.

En el momento que estamos(coletazos de reforma laboral, constitucionalazo, recortes en educación...)¿cómo veis esta nueva fase del movimiento? ¿Estamos en la resaca del acontecimiento, ya fuera de él? ¿Está agotado? Lo sorprendente es que este movimiento, como si se tratase de un recién nacido, en muy pocos meses ha evolucionado y cambiado a gran velocidad.

Esas son las preguntas que nos hacemos todos, supongo. Yo tengo en la cabeza las fechas del 15O y el 20N como indicadores de su salud. Habrá que seguir tomando los barrios y la plazas esperando que seamos capaces de superar nuestros límites.


Gracias y un abrazo,

Jonay

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